Es verdad que ya no tengo miedo. Es verdad que ya miro con otros ojos y que esto se lleva mejor. Pero no deja de ser verdad que ha costado lo suyo.
Te pasas la vida persiguiendo estrellas fugaces, y siempre llegas tarde. Siempre te da la impresión de que nadie te avisó a tiempo para verlas, de que otros tienen más suerte que tú o que, incluso, su cielo no es el mismo techo que el tuyo.
La angustia se fabrica a medida. La insatisfacción lleva el nombre de cada uno de nosotros y nosotros mismos nos la forjamos a base de bien, de forma incomprensible, con el paso de los años.
Cuando eres niño, porque no te atreves. Cuando eres joven, porque no te dejan. Cuando eres adulto, porque no se debe. Cuando eres maduro, me temo que porque ya no es momento. Nos pasamos una vida entera teorizando, pensando lo que haríamos si tuviéramos todo a nuestro favor, como si supiéramos, de verdad, qué necesitamos para ser felices y siempre con la losa en la mente y la excusa lista en la boca para no serlo nunca de forma plena. Siempre nos falta algo.
Parece que pidamos a gritos que, esa misma vida con la que jugamos, nos de un bofetón de vez en cuando, para que espabilemos.
La vida de cada uno tiene miles de guantes, y a cada cual le golpea con distinta intensidad según las necesidades y lo duro de su mollera. No dirás que no tienes oportunidades, sobre todo cuando ves señales por todas partes, de distintas vidas golpeando cerca de a ti, a amistades, a familia, unas veces con guantes de seda, y otras tantas con guantes de esparto.
A veces con forma de enfermedad, otras con forma de ruina. En ocasiones se disfraza de desengaño y otras de accidente. Es la vida, date cuenta, llamando a capítulo a quien cada vez le toque.
No escarmientas, necesitas que el golpe lo sientas en tu cabeza, en tus costillas, para darte cuenta de una vez por todas cómo funciona esto. Parece que sólo cuando lo sufres en tus propias carnes, entonces, aprendes la lección, y te pones las pilas, y te prometes que no la olvidarás.
Hoy me apetece filosofar un poco. Bueno, en realidad, no he dejado de hacerlo desde hace mucho tiempo. Pero es que el caso es que no dejo de ver cantidad de personas a mi alrededor que siguen luciendo sus angustias y sus grandes agobios en sus pálidas frentes, quejándose porque sí, y dejando pasar el tiempo como el que deja un grifo abierto, lamentándose con mil aspavientos de una increíble sed.
Todo esto del blog me ha servido para hacer memoria del golpe que nos tocó a nosotros en suerte, para ver que cada día pasado, para bien o para mal, queda ahí, donde nadie lo puede resucitar. Que las experiencias pasarán todas por un insalvable juicio que las mande definitivamente al recuerdo o al olvido, y que sólo de nosotros depende su sentencia.
Querida vida, gracias por la lección. De verdad que tomo nota y, en el futuro, sabré valorarte como corresponde. Conste que creo, sinceramente, que te pasaste con el susto pero, no dejo de estarte agradecido. Pienso dedicarme en cuerpo y alma a esas pequeñas cosas que de verdad importan.
Yo ya no busco más estrellas locas en el cielo, ya no cazo más cometas. Por nada del mundo se dejará de sonreír en mi casa, y si se ha de llorar, que valga bien la pena. Al final, te das cuenta que es preferible un buen abrazo a tiempo y a fondo que todo el oro del mundo; mucho mejor tener barra libre de sonrisas, gratis, que mil cheques en blanco y al portador.
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Sin palabras familia, como siempre.
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Muchas gracias, Carlos…
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Precioso como siempre !!!!
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Pues muchas gracias, como siempre! 😉
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