pompa

pompa

Por lo visto, ése soy yo para mi hija. Está cerca de alcanzar los tres años de edad y todavía no se hace con el habla. El “mamá” le sale perfectamente y le sirve hasta de palabra comodín para un buen montón de cosas. Todo en el mundo es “mamá” y “mamá” lo es todo en el mundo. se le llena la boca diciéndolo y no te cansas de oírselo decir.

En cambio, “papá” es una palabra todavía en construcción, por descubrir, y lo más próximo que se ha conseguido que se le parezca es eso otro, “pompa”. Pues nada, este pompa es el pompa más feliz del mundo si escucha algo por el estilo de la inmadura boquita de su hija.

Es una cuestión de logopedia y están trabajándolo con ella desde hace algún tiempo ya. Es como si no se atreviera ni a decirlo bien claro, lo mastica y digiere para sí mientras lo deja escapar, susurrado, de la presión de la comisura de sus labios. Como casi sin quererlo, pero cuando lo dice, me mira siempre a mí, buscando mi complicidad con sus gafillas rosas. Así que, sin lugar a dudas, yo soy “pompa”, o el “pompa” si lo preferís.

Cuando leáis esta entrada, probablemente, estaremos ya celebrando el día del “pompa”, o del padre para los demás. Todos los padres del mundo, de niños de unos tres años, habrán recibido algún que otro regalillo perpetrado por las manitas de sus hijos.

La mía todavía no sabe de qué va eso, pero me basta con que me regale ese sonido, “pompa”, así, bajito, para mí, seguido de esa sonrisa inocente que espera un beso de recompensa, por lo bien que lo ha dicho.

Es muy sentida y, cuando la tienes en brazos y se cansa, enseguida empieza a murmurar lloriqueando la palabra maestra que todo lo puede, “mamamama” indicando con su manita a dónde quiere ir para cambiar de aires dentro de la casa.

Os parecerá una tontería, pero es que hace unos meses, ni tan siquiera era “pompa”, era, en el mejor de los casos, “mamá” y claro, no es lo mismo. Prefiero tener mi propio nombre, aunque sea algo raro. Eso es evolución. Como dijo el astronauta, un pequeño paso para el hombre…

“Pompa”, 24 horas al día, 7 días a la semana, sí señor, y no me da ninguna envidia los demás pues está claro que “papás” los hay a patadas pero, “pompas”, sólo éste.

No sé hasta cuando seguiré siendo “pompa”. Confieso que, otro tiempo atrás, me angustiaba bastante no escuchar todavía a la niña decir “papá” pero hoy ya no, en absoluto. Sé que algún día cambiará el “pompa” por “papá”, y tendré la extraña sensación de echarlo de menos.

Qué complicado es entenderte y qué fácil quererte, cuando lo más bonito que me dices tiene dos sílabas tan redondas como la calva de tu padre o la barriga que te gusta patalear cuando te tengo en brazos, pero a mí me sabe a gloria: “pompa”.

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el rebuzno del tertuliano

silencio

El otro día redactamos una entrada para el blog que, finalmente, no vio la luz. Es más, no creo que ya lo haga. Y es que no se puede escribir sobre ciertas cosas en caliente.

Era una opinión personalísima, como siempre, a cuenta de los comentarios que había hecho un tertuliano en televisión, empeñado en llamar «subnormales» a las personas con Síndrome de Down. Ese desafortunado momento televisivo hizo mucho daño a más de uno, entre los cuales me cuento.

El caso es que comenzábamos la entrada quitándole parte de la culpa al tertuliano o, más bien, compartiéndola con la Real Academia Española, que es esa institución que debe velar por las reglas de uso cotidiano de nuestra lengua, tan rica en términos, para lo bueno y lo malo.

Ojo, la RAE no impone esas reglas, sino que sólo se encarga de recoger lo que viene a ser el uso comúnmente aceptado de cada palabra. Ahí ha estado torpe con el término «subnormal«, pues aún sigue figurando lo siguiente: «Dicho de una persona: Que tiene una capacidad intelectual notablemente inferior a lo normal». Discutible, ¿no? O, cuanto menos matizable.

Seguíamos hablando en aquel borrador de entrada en que, por suerte, hacía mucho, mucho tiempo que la sociedad había superado esa concepción de la palabra, tanto, que había quedado prácticamente relegada a usarse como insulto. Dicho sea de paso, como uno de los más despectivos que se contemplan en el diccionario.

Entendemos que no se trata de eliminar la palabra del catálogo de nuestro léxico, sino de reflejarlo tal cual se reconoce en el tiempo actual. Sería algo como: «U.c.i. (Utilizado como insulto) dícese de quien no parece razonar con sensatez o dice disparates».

Hoy vemos la noticia de que hay otras opiniones que apuntan a lo mismo, al hecho de que esa definición no hace justicia al uso real de la palabra en la calle. Y no por nada en especial, sino en una madurez experimentada a nivel social que, poco a poco, entiende que lo diferente no debe señalarse de esa manera.

Decíamos que habría que ver dónde se ponía el techo, la referencia de lo «normal». Decíamos también que son más correctos, por cuanta más información aportan de la descripción, términos como «personas con discapacidad».

Los que están más familiarizados con este mundo, ya saben que dos personas afectadas con Down no son iguales, como tampoco lo son dos personas sin ninguna alteración. Hay mil y un matices de afectación y otros tantos de capacidad intelectual real.

Nos quedamos con lo positivo, con la reacción colectiva que ha tenido el rebuzno del tertuliano, que ha recibido, quizás por pedirlo a gritos, un bofetón sin manos de la sociedad.

Por quedarnos con algo más, nos quedamos con ese punto a favor de estas generaciones, y de las que vendrán, en la confianza plena de que, con los años, las personas que presentan algún tipo de alteración, limitación o discapacidad, sean tan normalmente distintos como quien distingue a un alto de un bajo, o una rubia de un morena, en fin, sin que nadie pueda sentirse dolido.

Desde luego, si son capaces de recoger palaras como «chat» o «internet» seguro que lo son también de comprender todo esto. Así que, por último, mensaje para la RAE: Señores Académicos, pónganse las pilas y hagan honor a su lema, por favor, limpien, fijen y den esplendor.

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la buena educación

buena educacion

Son días de nervios para aquellos padres que están preparando todo el papeleo de la escolarización. Os aseguro que no lo es menos para los que somos padres de niños con necesidades especiales. Muy al contrario, las opciones para nuestros hijos son mucho más contadas y con más matices que cosas en común.

Para entenderlo, hay que partir de la base de los cuatro módulos que contempla el sistema educativo actual. Así, el A se corresponde con la enseñanza ordinaria; el B, es una modalidad de integración por la que un niño de necesidades especiales pasa un tiempo entre un grupo ordinario y otro tanto con monitores especiales; el C, pasa por estudiar en un aula específica, dentro de un centro educativo ordinario; y el D, que se corresponde con un centro especial.

Atendiendo a los recursos humanos y materiales con que cuentan, no todos los centros están preparados para admitir niños en régimen de las modalidades B o C, por lo que el abanico de posibilidades, como ya anunciaba antes, se acorta sensiblemente.

Antes de comenzar la tramitación de la escolarización, un equipo de la Administración Autonómica valora al alumno con necesidades especiales y elabora un informe para clasificarlo conforme a los niveles que acabamos de explicar.

Nuestra hija, por ejemplo, ha sido encuadrada en la modalidad C, por lo que debería incorporarse en un grupo de un aula específica dentro de un centro ordinario. Esa situación no es irreversible, pues cada tres meses cabe la posibilidad de que se solicite una nueva valoración. En ocasiones, algunos padres entendemos que no es lo óptimo para nuestros hijos intentando, siempre que sea posible, lograr lo más parecido a la integración total.

Existe una alternativa, debido a la falta de regulación de la normativa, que consiste en prorrogar de forma extraordinaria un año la permanencia del alumno en el primer ciclo de infantil, o sea, guardería, antes de que se incorpore a sus estudios de segundo ciclo. Entraría, de ser así, con cuatro años en un curso con niños de tres.

El por qué de esta opción es muy sencillo de entender. La evolución que experimentan algunos niños permite ser optimistas respecto del nivel que pueden alcanzar con un año más de trabajo. Es una cuestión de alcanzar una madurez mayor para poder integrarse en el sistema dentro de un curso ordinario, a ser posible.

No hay que dejar de tener presente que se trata de dar con la mejor educación para el niño, y ésta será la que más se adecúe a sus necesidades y capacidades. No se trata de forzar la incorporación del niño a un nivel superior, si no de dar algo más de margen temporal por si esas condiciones se logran a base de mantener la línea de evolución que presente cada niño en su caso particular.

Al no estar regulado, es algo que depende del criterio de las autoridades y, por supuesto, debe solicitarse expresamente por los padres y su tutor en primer ciclo. Hay que estar preparado para embarcarse en una tramitación espesa y con unos plazos muy cortos, los que marca el propio calendario de escolarización, pero que creemos vale la pena intentar.

Ahí nos vemos nosotros, con un ojo puesto en los papeles de los colegios, y otro en el buzón, a ver si llega la bendita respuesta de Educación.

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