dicen

sol y luna

Dicen que, cuando el Sol se va, se lleva consigo montones de almas a los que ya les ha llegado su momento. Por eso algunos atardeceres son tan espectaculares, por eso incluso, a veces, te emocionan sin que entiendas el motivo.Qué menos.

Dicen que la Luna se encarga luego de esparcir esas almas por todo el firmamento, salpicando de puntos blancos el negro cielo para que podamos recordarlos y así no echarlos tanto en falta. Quizás por eso puede parecer que alguien te observa, en mitad de la noche. Tendría sentido.

Este fin de semana despedimos a todo un bisabuelo, con pena, sí, pero con la tranquilidad de que se ha dio cuando le tocaba. Uno tiene que irse cuando sume más arrugas en su cara y en su piel que la colcha con que se arropa cada noche.

Dicen también que cuando no se le ve, a la Luna, es porque anda por ahí escondida, desconsolada en su luto, llorando porque al Sol se le fue la mano al llevarse a quien no debía.

Este hombre que nos deja, de algún modo, irá a encontrarse con un hijo suyo que se fue cuando menos se esperaba, con un atardecer raro, amargo, tristísimo, tanto que ninguno de los que lo sufrimos lo comprendimos.

Dicen que el Sol no es otra cosa que un reloj, que lleva las cuentas del tiempo que nos queda a cada uno, y que todo lo que pasa allá arriba no es porque sí. Si llueve o truena, es la forma que tienen los que ya se fueron de recordarnos eso mismo, que nada es para siempre, que esta vida es una sola y que eres estúpido si no le sacas todo el jugo.

Dicen que el mismo Sol, cada día que amanece, trae nuevas almas, en pañales, con las que da otra oportunidad para entender su mensaje.

De todo esto es lo que tratamos de hablar en cada entrada, de disfrutar el momento, lo que tenemos en la mejor forma posible. En esta vida habrá de todo, risas y lágrimas, pero no tienen por qué ser, ni mucho menos, a partes iguales. De cada uno dependerá la proporción.

Por muy difícil que pinte todo, por muy mal que vengan los días uno detrás de otro, sólo tienes que recordar lo que el Sol te dice una y otra vez, que nada es para siempre, ni tan siquiera lo malo.

Estoy seguro de que hasta de tu propio atardecer puedes disfrutar, si te vas con la sensación de haberlo visto y hecho todo, de haber generado cariño en grandes cantidades y de irte con los bolsillos llenos de eso que nada pesa y que tanto vale: Felicidad.

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como un mosquito a la bombilla

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Resiliencia. Es la capacidad que tienen algunas personas de superar experiencias difíciles o traumáticas saliendo, además, reforzadas de esos episodios.

Jose y Jen tienen una historia que contar que puede acercarse, con mucho, a un guión de película, con su fuerte componente de drama, emoción y finales sorprendentes.

A Jose lo conozco desde hace ya muchos años. Tiene cierto aire de boxeador retirado, aunque supongo que los golpes que ha recibido en su vida le han dado ese aspecto de duro por fuera y después, conociéndolo, se descubre un interior más blando de lo que esperas al sentarte a charlar con él. Un buenazo disfrazado de intocable.

Jen compensa la pareja, aporta la energía y seguridad que se necesita para afrontar sus baches, y desprende arrojo desde el primer contacto. Tiene ese toque especial que ya vemos en muchas madres en circunstancias parecidas y que se escapa irremediablemente por sus ojos, que te acompañan firmes al recordar cada detalle de los historiales de sus pequeñas.

De sus tres hijas, hoy sólo dos están con ellos. La pequeña Chloe, la primera en nacer, vino al mundo tras un embarazo pesado, largo, tirando a eterno. En seguida comenzó a manifestarse un exceso de líquido amniótico y una continua incertidumbre al salir de cada revisión.

Las principales dudas venían a cuenta del estómago del bebé, que no se dejaba ver con claridad en las ecografías. Eso puso en guardia a los médicos y de los nervios a los padres. Se ordenó reposo, y se trató con corticoides para forzar la maduración, pero no fue suficiente para evitar que se anticipara el parto hasta el mes séptimo.

Chloe no sobrevivió a los tres primeros días fuera del vientre de su madre. Todavía no saben muy bien cómo explicarlo a día de hoy, pareciendo que la causa más probable fue un fallo respiratorio. El caso es que aquello, aunque supuso un golpe tremendo, no les quitó de la cabeza las ganas de volver a intentarlo y, al poco tiempo, Jen se quedó de nuevo embarazada.

A la semana 24, inexplicablemente, vuelven a visitarlos viejos fantasmas del pasado. En esta ocasión, tampoco se veía el estómago, por lo que vuelven a tratarla con corticoides y se impone reposo. La situación les era de sobra conocida, y los miedos también.

Lys nació al octavo mes, por cesárea, y requirió respiración mecánica desde ese momento incluso intubación algo más tarde. Presentaba una hipotonía muy severa, no mostraba ni tono muscular normal ni reflejos suficientes para alimentarse por boca, por lo que los médicos decidieron practicar una gastroctomía, para que le entrara directamente el alimento en el estómago.

Estando en neonatos, ya comenzó a recibir el trabajo de los fisios, que resultaría fundamental como se comprobó con el tiempo.

A poco que manifestó una cierta mejoría le dieron el alta, pero casi con un manual de instrucciones para sus padres, que no sólo tuvieron que aprender a manejar las máquinas de alimentación y respiración asistida, sino que también tuvieron que aprender, a la fuerza, las complicadas tareas de enfermería y cuidados de la pequeña.

Hay quien se agobia con el primer baño, las primeras tomas o los primeros cambios de pañal. Que piense por un momento como se debe sentir un padre al convertirse, de la noche a la mañana, en el médico de guardia de su bebé, en casa.

Fue por navidades cuando la niña recayó de forma dramática. Jen se dio cuenta de que la niña tenía un extraño tono azulado en las manos, inusualmente intenso. Se hacía una idea de su relación con la falta de oxígeno. Efectivamente, hubo una paulatina bajada de su oxigenación, lo que la llevó, de cabeza, al hospital.

Así empezó su paso más largo por el materno-infantil y el más delicado, con diferencia. Se encadenarían una serie de complicaciones, a cada cual peor, a cada cual más dolorosa.

Creo que un padre nunca se acostumbra a ver a un hijo vestido con el pijama del hospital. En poco tiempo la peque estaba conectada a un sinfín de máquinas, mediante todo tipo de cables, para recibir medicación, sedantes, alimento y oxígeno. Los médicos tuvieron que sacar toda la artillería para atacar una infección que redujo la capacidad pulmonar de Lys a la mínima expresión.

Los padres tuvieron que decidir si mantenerla intubada hasta que mejorase y arriesgarse a que quedara así de por vida, o dejarla a su suerte, sin ayuda de ningún tipo para respirar.

No dejaron de pensar en que saldría adelante, de apostar por ella, de empeñarse en sacar la fuerza que tenía por dentro ese cuerpecito tan inerme, tan vulnerable, tan quieto. Era complicado, y se le suma que se contagiara durante su estancia de un par de virus hospitalarios que no ayudaron, para nada.

Jose dice que lo peor de todo fue el alcanzar la meta de la noche y volver a empezar cada mañana con la sensación de que ese podría ser el último día. Y no fue así. Los padres presentían que la niña no podía coger fuerzas por toda la medicación que estaba recibiendo y así se lo transmitían a los médicos que, poco a poco, fueron retirando lo químico para dar algo de tregua a lo natural.

Tras tres meses allí, algo de luz. Acostumbrados a ver que no movía un dedo por la hipotonía, un buen día comenzó a manifestar algo de actividad. Eso se traducía en una mejoría que sabía a gloria. Ella misma se ayudó a curarse. Con cada pequeña fuerza que ganaba, la recuperación estaba mucho más cerca y los fisios le ayudaron a tirar de ese hilo.

Le dieron el alta en abril y, tras muchísimo trabajo en su casa y con otros especialistas, la niña ha conseguido dejar atrás una etapa terrorífica. Mientras me cuentan eso sus padres, Lys estaba enfrente de mí, llenando de color azul un papelote que le había dado su madre. Me parece increíble, con todo el sentido de la palabra, después de haberla visto yo en uno de sus peores momentos y, ahora, mírala, con el uniforme de su cole jugando como si nada, para comérsela.

La chiquitilla también estaba en la escena, entretenida en su cuna-parque, jaleando a un muñeco, como dándole conversación. Los padres quisieron tener otro hijo más, y pusieron todas las cautelas del mundo para que no hubiera sorpresas, asesorándose y dejándose aconsejar por especialistas, poniéndole más cabeza que corazón.

Aún así, el tercer embarazo, como sacando la lengua a las estadísticas, no tardó en parecerse a los otros, y de nuevo volvieron las dudas, la barriga hinchada por exceso de líquido, el reposo y el maldito escondite del estómago en las ecografías.

Esta vez la niña nació a término, y sin cesárea, por empeño de las matronas, y fue ingresada directamente en neonatos. Como sus hermanas, Mía también presentaba un tono muscular bajísimo. Se le tuvo que hacer una exsanguinotransfusión, que viene a ser un cambio por completo de su sangre por otra, debido a la incompatibilidad que presentaba con el grupo sanguíneo.

Los médicos todavía intentan encontrar una explicación que las pruebas genéticas y metabólicas aún no les dan.

Con todo, veo en esta familia caras felices, a pesar de la cantidad de horas robadas al sueño y las ganas de llorar contenidas. Veo dos niñas radiantes, llenas de energía y dos padres con los ojos siempre atentos en ellas, como dos guardaespaldas haciendo fiel trabajo.

Resiliencia, como decía, es eso, no darse por enterado de las indirectas de la vida, quedarse sin mejillas limpias que poner después de tanto puñetazo, o la aparente sinrazón de un mosquito que no deja de darse golpes con el cristal de la bombilla, por mucho que duela, por mucho que queme, porque su luz le atrae tanto que es completamente incapaz de dejar de hacerlo.

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pequeños guiños, grandes gestos

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Acabamos de dejar atrás las navidades, pero no termina de irse su olor, que se siente en más de un detalle de la gente que nos rodea.

Nos empeñamos en pedir que el mundo cambie y no nos damos cuenta que ya lo está haciendo, de forma casi imperceptible, pero lo está haciendo. Una playa nunca se hizo en un día, lleva su tiempo.

Un montón de amigos nos hacen llegar sus granitos, sus pequeños grandes gestos que suman unos a otros, de forma tal que, al final formarán una impresionante estampa.

Un ejemplo, cuatro familias de Rute, en Córdoba, han tenido uno de esos gestos geniales, discreto, pero cargado de un contenido enorme.

Han decidido ser originales este año y, en lugar de gastarse dinero en regalos de los de siempre, corbatas, colonias, ropa… lo han metido en un sobre junto con una emotivísima carta y se lo han entregado a unos de los padres que están ya trabajando en este proyecto.

El mensaje cala, y poco a poco se van viendo los primeros resultados. Mucho más importante que los números económicos que puedan dar contenido material a esta iniciativa, está el objetivo de tocar un poco la fibra sensible a cada uno de nosotros, haciendo por lo menos reflexionar sobre los valores que de verdad les guste vivir y transmitir.

En esas familias hay niños, y esos niños están aprendiendo algo muy valioso. Por un lado, la existencia de otros niños con algunas limitaciones que les distinguen en cuanto a la posibilidad de hacer según qué cosas con normalidad. Por otro, la valía del esfuerzo para conseguir metas personales. Por último, la satisfacción que reside en simples gestos, que nada tienen que ver con lo material.

A veces, resulta complicado explicar por qué uno se siente bien al hacer algo altruista. No se encuentran las palabras para esa satisfacción, pero es muy real, sin duda.

Algo parecido pasó con Ana, una niña de unos seis años quien, al ver el video que circulamos el otro día, preguntó a su madre «qué es una fundación», «para qué sirve»… Tras explicárselo su madre, la pequeña le dijo: «Mamá, yo quiero coger parte del aguinaldo que me ha dado la abuela y darlo a esa fundación». Eso, y un bonito dibujo que hizo para «inmortalizar» su gesto.

¿Cuánto valen esos detalles? Por sí, puede que sean pequeños pero, son enormes si te paras a analizarlos, a compararlos y a ver que no son nada habituales. Lo fácil suele ser compadecerse un minuto y olvidarlo al siguiente; lo difícil, mostrar un mínimo de compromiso y hacer algo en consecuencia, por nimio e insignificante que pueda parecer.

En serio, para las familias que ya estamos metidas en esto hasta las trancas, son estos pequeños guiños los que nos dan cuerda cada día, y los que hacen que, uno tras otro, valga la pena ponerle ilusión a todo esto.

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deseo concedido

Pedimos el otro día a los Reyes Magos, varias cosas importantes pero sobre todo, ilusión, en cantidades casi industriales, y ahora nos traen algo maravilloso.

Ya os comentamos hace tiempo que nuestro buen amigo Keru Sánchez, artista polifacético donde los haya, estaba trabajando en una sorpresa que seguro nos iba a gustar. Bien, con todo y con eso, parece nos quedamos bien cortos en las expectativas.

Keru ha creado «Sonrisas en el aire», sin exagerar, una de las canciones más sensibles y alegres que hemos oído en mucho tiempo. Ha captado perfectamente lo que buscábamos, mensaje positivo y esa ilusión de la que hablamos. Se saborea en cada verso, ya veréis.

La grabación se ha montado en Cuartillo Melody, unos estudios profesionales de Córdoba y han contado con la participación de un equipazo formado por Manuel Gutiérrez (producción y programación), Jesús Gómez (guitarra), Alfonso Aroca (piano, bajo y teclados), y Sara Corea (coros).

Ahora juntamos a un genio del sonido con otro visual, Chema Roldán, de QuieroBesarte.es, y el resultado es para verlo una y otra vez. Parece como si ambos hubiesen trabajado codo con codo para crear este tema con esa y, creedme, ni se conocen.

Tenemos la inmensa suerte de contar con un regalo en forma de vídeo musical que nos sirve de perfecta forma de transmitir lo que queremos a un mayor número de gente posible.

En el vídeo aparecen algunos de los chicos de La Salle de Córdoba, el equipo de Al-Mudaris y Papiro, además de familiares, amigos y algunas de las familias que ya estamos trabajando para dar forma a la Fundación. Necesitábamos que les fueseis poniendo cara, para que sintáis esto más cercano. Las gafas, ideales, de Óptica Salud, por cierto.

No sé, es como si para nosotros los Reyes Magos ahora fuesen otros, Keru, Chema y , como quiera que te llames y estás leyendo esto, si nos ayudas a dar a conocer nuestro proyecto con este vídeo cargado de buenas intenciones. Aquellas «gafas para todos» que proponíamos se entienden mejor viendo estos tres minutos y pico de sonrisas pintadas en el aire.

Por eso te pedimos que lo compartas con tus contactos una y otra vez. Si te llega por otro contacto o canal, vuelve a compartirlo, seguro que seremos capaces de hacer que llegue a todas partes.

En fin, como siempre hemos dicho, la magia se contagia, pásala

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