mochilas y petates

madre hijo

Ser padre no es fácil -ni niño-, y nadie dijo que lo fuera. De hecho, viendo esos documentales tan increíbles en televisión, a veces pienso si los humanos no somos los cachorros más torpes de todo el reino animal. El potrillo, al poco, sabe andar, el delfín, nadar, el canguro, sabe encontrar la bolsa de su madre…

En fin, el instinto no será nuestro punto fuerte, está claro. Tardamos años en desarrollar y alcanzar una autonomía para, al menos, tener una forma de caminar decente y empezar a razonar por nosotros mismos.

El caso es que, más o menos torpes, al final, nuestros cachorros suelen lograr esas metas. Y además, para otros cachorros humanos, para otros niños, el desarrollo es más complicado y está plagado de trabas que la genética ha colocado en su camino.

La sociedad se adapta a las necesidades más comunes de sus integrantes con facilidad. Así, si un niño está comprobado que empieza a despegar por sí solo entre los tres y los seis años, pues nada, se establece un sistema educativo acorde a esos ritmos, a esos tiempos.

Pero hay una buena parte de niños que no son capaces de conseguir su desarrollo en el mismo tiempo y forma que lo hacen los demás. No quiere decir que no lo vayan a conseguir, sino que no lo harán solos, como cabría esperarse del grueso de las estadísticas.

Para eso se ha inventado lo que se conoce como Atención Temprana. Es tan fundamental para uno de nuestro hijos con necesidades especiales como lo puede ser un pañal o un chupete para otro niño sin problemas de ese tipo. No es comparable con la guardería, porque muchas familias incluso prescinden de ese servicio. Se trata de algo de lo cual no podemos privar a esos niños.

Lo que consiguen los profesionales con la Atención Temprana es, tan simple para la mayoría de los padres, como impensable para nosotros. Desde comunicarse hasta moverse, pasando por manipular las cosas o comer -y me refiero a tragar y masticar, no a coger la cuchara-.

Nos referimos a fisioterapeutas, a psicólogos, a logopedas… a gente con una función tan específica que no se puede suplir con cualquier otra.

En todos los Estados desarrollados del mundo, absolutamente en todos, esto es algo que se cuida muy mucho, puesto que la diferencia entre ser eficaces o no con esos servicios en edad temprana, se traduce para sus Administraciones en más o menos gastos en el futuro para cuidar a esas personas.

Con la Atención Temprana ganamos todos, y no se puede ver como un capricho o un lujo de unos pocos padres. Se trata de dar una oportunidad a los niños que la necesitan para ponerse a un nivel lo más parecido posible al resto de niños. Los profesionales están coordinados por un buen número de asociaciones y entidades sin ánimo de lucro creadas por padres de niños con alguna necesidad específica, por lo que, el servicio prestado, se adecuaba a esas mismas necesidades. No es lo mismo la Atención Temprana que requiere un niño con sordera que con daño cerebral.

Espero haber explicado medianamente lo que nos supone a muchas familias ese servicio porque, ahora necesito que entendáis lo que podemos sentir al ver que la Administración encargada de organizarlo en una Comunidad, como la Andaluza, se disponga ahora a experimentar, coqueteando con la privatización de ese servicio, a recortar en las sesiones que recibían nuestros hijos hasta ahora, pasando en algunos casos de veinte mensuales a ocho. Todo un despropósito, todo un detalle por su parte.

Dicen que, cuando nace un niño, a los padres deberían darles una mochilita con un kit básico, con sus pañales, su chupete, su sonajero y un manual para resolver dudas frecuentes.

Para ser justos, si eso es así, a otros nos tendrían que haber dado un auténtico petate, de esos que usan los soldados con todo tipo de artilugios y cachivaches para la supervivencia, que la mitad ni llegarán a usar, pero llevan por si acaso.

Los padres, como no podría ser de otra forma, se mueven, sea para reclamar algo que nos corresponde por justicia y por sentido común, que no es gratis, pues sale de nuestros impuestos, o sea para suplir finalmente su deficiencia con otros recursos, cuesten lo que cuesten.

Por favor, apoyad esta iniciativa para que se conozca el problema, firmando y compartiendo este enlace con vuestros contactos. Muchas gracias.

https://www.change.org/p/susana-diaz-pacheco-susana-diaz-no-nos-quites-atenci%C3%B3n-temprana

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saber mirar

mariposas

Foster y  Martin son dos perros viejos, dos chuchos que hace tiempo se colaron en el recinto del zoo de la ciudad y se han convertido ya en todo unos expertos de casi todo lo que se puede saber de animales.

Disfrutan de cada espectáculo que se produce en el recinto, esté previsto o no. Sin duda, lo que más les gusta a los dos, se guarda en el mariposario que instalaron el verano pasado. Se pasan las horas muertas, pegando sus hocicos a las redes que hay para que no se escapen los insectos, y ahí, como dos comentaristas deportivos, llaman la atención el uno del otro de cualquier detalle que se dé delante de sus ojos.

Lo cierto es que se había hecho un buen trabajo por parte de los dueños del zoo, y habían conseguido reunir las especies más impresionantes de medio mundo, gigantes, tropicales, azules, escarlata, casi transparentes… de todo. El centro se ganó en muy poco tiempo el respeto del sector y de los visitantes.

Atardece y los chuchos se acercan a la valla, a tomar sus posiciones para la fiesta que se va a producir.

De repente, Martin, con sus largas patas blancas y negras, da un toque seco a su compañero dirigiendo su mirada a un rincón del mariposario. Allí se encontraba una mariposa que no casaba con todo lo demás. Era fea, y no tenía nada, ningún color, ninguna forma, que la hiciera lo suficientemente atractiva o especial para ganarse un sitio en el «patio de los ángeles», como lo anunciaban en aquel zoológico.

Aquello, más que un ángel, era un bicho, y recordaba más a una polilla que a una mariposa. «Mírala, Foster, si no puede ni volar…», le decía uno al otro. «De qué se reirá. ¿No le da vergüenza estar ahí sin pintar nada? Qué escena más patética».

Y, ciertamente, el insecto se quedaba parado encima de una hoja, pasmado viendo cruzarse de un lado a otro a las elegantes mariposas, con la boca abierta y una sonrisa casi infantil. Y es que aquellas mariposas parecían verdaderas acróbatas del cielo y, lo mismo hacían piruetas entre ellas que volaban fuertemente hacia arriba para después dejarse caer en picado hasta una palma del suelo y remontar el vuelo de súbito.

Los rayos de sol ya no se veían por el horizonte, y los perros, al comenzar a cerrarse la noche, se disponían ya a marcharse a descansar. De repente, uno de los canes dijo: «Hey, amigo, ¡fíjate en eso!». Los dos perros quedaron petrificados al ver como aquel bichito insignificante levitó suavemente casi un metro por encima de sus cabezas y comenzó a surcar el mariposario de una a otra punta desprendiendo una hermosa luz fluorescente.

Todas, absolutamente todas las mariposas, dejaron de volar para hacerle sitio a aquella maravilla. Como se criaron en ese espacio cerrado, nunca habían visto nada semejante y, a cada dibujo que hacía la luz en el aire, ellas no podían más que sonreír y pedir que lo repitiera.

Ellas y los perros descubrieron la magia que puede albergar otros animales que, aún pasando completamente inadvertidos a los ojos de los demás, por su aspecto poco agraciado y distinto a lo común, poseen tanta energía en su interior que son capaces de superar las expectativas de lo que el resto puede esperar de ellos.

Y es que dicen que uno siempre se impresiona por la belleza de una mariposa, hasta que conoce a las luciérnagas. Claro, que es más difícil verlas…

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la sonrisa de Abril

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Tiene nombre de primavera, de luz, de alegría, de aire fresco, de lluvia y de todo aquello que te llena la vista cuando estás delante de un cuadro del pasado impresionismo. Le gusta mucho la naturaleza, la vuelve loca, y se zambulle en ella en perfecta armonía, como una pequeña hada jugando sonriente entre flores, igual…

Abril tiene seis años, unos ojos marrones que no quedan nunca quietos, como sus dos hermanos pequeños, que la cuidan, y una sonrisa preciosa, inolvidable. Nació en su mes, curiosamente, y se impregnó de todo el color y la vida que le pudo dar esa página del calendario.

No habla, bueno, en realidad no necesita mover sus labios para llegarte. La sonrisa, siempre esa sonrisa, es capaz de adornar silencios lo suficiente para que le sigas el juego. Luego, cuando quiere, te regala un «mamamama…», que prácticamente vale para todo.

Es cariñosa y sensible hasta más no poder y, sin ella quererlo, lo contagia a discreción. Tiene a todos dominados a su paso. Nunca una sonrisa tan cándida tuvo tanto poder a su alrededor. A lo mejor, por eso parece que huele a distancia las emociones de los demás, porque ya se ha hecho con ellos a la mínima de cambio, apenas la conocen.

Se entretiene y juega sola, a veces frente al espejo, y canta, y baila mientras tararea a su manera, a su dulcísima manera. Lo mismo eso que se apunta a cualquier fiesta, y el tiempo no existe entonces para ella mientras siga sonriendo.

A su madre le fascina todo de ella, e intenta que no se le escape ni un detalle de lo que hace su hija, por nimio que parezca. La niña tiene una hermosa imaginación, y cualquier cosa que se encuentra es perfecta para darle juego, como unos calcetines, que se enfunda en sus manos con las que le gusta acariciar todo, su cara, la de los demás, dejando, a cada caricia, más rastro de esa sonrisa suya.

Conocimos a Abril hace unas semanas por un episodio desagradable. Son de esas cosas que uno no se explica, y que dejan en un amargo lugar a personas sin tacto, o sin una pizca de sensibilidad, o vete tú a saber por qué lo harían.

Un día, la sonrisa de Abril no estaba donde ella la había puesto al salir de casa. Ella tiene siempre una cuidadora que no le quita ojo. Ese día, como digo, la cuidadora salió de excursión y pareció como si la niña se volviera invisible para el resto del colegio. El caso es que ese día, por lo que fuera, no controló bien sus necesidades y, a falta de su cuidadora acostumbrada a estar pendiente de «esas cosas», la pequeña se pasó tres horas sin que nadie la cambiara.

Triste, pero pasó. Esas cosas pasan, y no deberían. Las niñas como Abril no deberían perder jamás su sonrisa. No es lo mismo ver a un hada contenta que un hada triste porque, dicen, un hada vuela tan lejos donde la lleven el brillo de sus ojos y magia de su sonrisa. Por eso.

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del oso y las hormigas

oso

Un cazador fue entrenado, desde niño, a perseguir, encontrar y dar muerte a osos. Su preparación se convirtió casi en una obsesión, hasta el punto en que ya no veía más que ese objetivo en su vida.

Cuando ya se sintió bien formado, piso el bosque por primera vez enfundando un rifle. Era el arma perfecta para acabar con un animal de esas proporciones si alguna vez se pusiera a tiro. Nada, absolutamente nada, podría salir mal en un duelo entre ellos.

Se anticipaba a los movimientos de un oso, sabía pensar como él y actuar como él. Lo sabía todo acerca de los osos y sólo sería cuestión de tiempo enfrentarse a uno y vencer, hacer valer la pena todo el tiempo dedicado a eso mismo.

Apostado entre unas zarzas, permaneció inmóvil un buen rato, con la mirada puesta en el horizonte y los sentidos lanzados al viento como quien echa las redes en la mar. Tenía la imagen del oso en su mente, tan grabada, que juraría que ya lo estaba sintiendo.

No el importaba estar allí, tirado en el suelo, alargando una espera interminable, porque pensaba que la recompensa de abatir un «monstruo» así sería mucho mayor que cualquier penuria pasajera. Osos, osos, osos…

Tanto tiempo pasó esperando el ansiado trofeo y tal fue su concentración que no fue capaz de caer en al cuenta de haberse situado justo en la boca de un hormiguero, cuyas dueñas, furiosas por semejante invasión, fueron tomando posiciones lentamente hasta terminar por cubrirlo entero para, después, atacarlo todas a una y convertirlo en parte de su despensa subterránea.

Por supuesto, no sabemos si el oso llegó a aparecer, ni tampoco estará allí nuestro cazador para descubrirlo.

Da la sensación de que llevamos mucho tiempo, una vida entera, preparándonos para afrontar un gran problema, un reto mayúsculo, y luego, en cuestión de segundos, nuestra historia se desmorona por un cambio tan ligero como radical en nuestro camino.

La teoría es transpolable a todo. Lo mismo te pasas años buscando el status más alto, la excelencia profesional o el reconocimiento social más increíble, y resulta que el destino guarda algo para ti completamente distinto a la vuelta de la esquina.

Hace tiempo que no me obceco en nada. Hace tiempo que me obligo a adaptarme a los cambios tal y como vengan, a disfrutar de lo que me toca y a saborear el instante como si fuera el último bocado.

Por lo general, todos los que podamos leer estas líneas podemos estar medianamente satisfechos con nuestras vidas. Las metas, los objetivos y los planes a largo plazo son una apuesta fuerte que pueden dar con la frustración de no alcanzarlas nunca.

Últimamente no dejo de recibir noticias de ésas, duras, que amargan la existencia de alguna familia a mi alrededor. Ser optimista no quiere decir vivir en otro mundo. Eres totalmente vulnerable al dolor, como cualquiera, pero no permites que algo que duele te supere. Pensar en positivo te da la perspectiva necesaria para encontrar siempre una ventana abierta, una alternativa para escapar de una situación complicada. Ver, precisamente, así las cosas, te ayuda a encauzar un futuro entero a pesar de que se te hayan torcido tus planes.

Las familias que vamos conociendo a raíz de la superación de los problemas de nuestra hija, terminan por compartir, antes o después, esa forma de pensar, aunque sea por necesidad, porque no queda otra.

Lo único que no tiene solución es acabar bajo tierra, como el cazador. Lo demás, por muy difícil de superar que sea, te obliga a afrontarlo, a pasarlo de una forma u otra, a sacudirte las hormigas de encima antes de que ya sea demasiado tarde.

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