Llevamos ya un mes de curso escolar y la peque no me puede tener más contento. Nuestras expectativas se cumplen, y de qué manera. Está imitando todo lo que ve a otros niños a su alrededor, hasta el punto de comenzar a pedir pasar por el baño, como hacen ellos, aunque no domine todavía muy bien la técnica.
Es un personaje, y va creciendo, y va haciendo cosas que nos obligan a darnos cuenta de su evolución. Sigue sin hablar, pero cada vez sabe mejor cómo hacerse entender con la gente, con nosotros.
La otra noche llevaba un rato ya en la cama, dando las buenas noches a su hermana, hablando de nuestras cosas. Cuando me levanté, la pequeña llamaba mi atención, «¡ha, ha!». «¿Qué te pasa, Merceditas?». Me sonreía y daba golpecitos en la cama para que me echara a su lado, invitándome con una sonrisa hermosísima en la boca. «¿Tú también me quieres contar lo que has hecho en el cole?», asentía con la cabeza y se ponía nerviosísima al ver como yo hacía por saltar la valla antivuelco para acostarme a su vera. Al momento comenzó a charlotear, haciendo como si soltara un gran discurso, «na, na, na…», y entonces yo ya me quería morir de ternura…
Significa una barbaridad de avances para nosotros todo eso, que sea consciente de en qué momento está siempre en el colegio, que esté pendiente de lo que hace su hermana y que reclame también su atención para hacer la cosas de niñas mayores, como charlar con su padre antes de dormir. Sencillamente impresionante.
Todo eso es cosa del desarrollo, y estoy más que convencido de que algo tiene que ver, mucho, la autonomía que está ganando desde que usa un artilugio a modo de sillita de ruedas, más parecido a un juguete a un objeto de ortopedia. Va donde quiere y como quiere, investiga, curiosea, vamos, lo que hacen los niños a cierta edad.
Creo que ha llegado, por fin, un estímulo con mayúsculas, y que os va a mostrar sus frutos este años de una forma espectacular.
Además, con eso, se ha venido arriba, y cada vez trabaja más y mejor la posición erguida, en el andador. Los fisios están haciendo un trabajo excepcional y ella lo está dando todo. Tiene ganas de comerse el mundo y no hay quien pueda con esa energía. Ya no quiere dormir siesta, sino jugar a todas horas.
Se da cuenta de que, si se esfuerza, cualquiera puede entenderla, y ahí está, empeñada en conseguir casa cosilla que se le antoja. Y parlotea, y charla, y gesticula, e incluso baila siguiendo torpe y dulcemente las coreografías que ve en la tele.
En fin, una locura de pasitos que se van sumando con todos los que ya llevaba, pero cogiendo más y más carrerilla. Impresionante. Dejadme que siga babeando…