el primer olor

pies

Cuando veo cómo se desenvuelven amigos míos que son padres por vez primera, no puedo evitar que mi cabeza se remonte a esa misma etapa en mi vida. Como si fuera una estantería de ésas de IKEA, que amplías a tu gusto y necesidad, veo perfectamente repartidos por mi memoria una especie de portarretratos con muy buenos momentos guardados para siempre -eso espero-.

La capacidad de adaptación de los padres es increíble. Pasamos los primeros meses con los nervios siempre a flor de piel, llegando a situaciones ciertamente ridículas y que, con el tiempo, ya nos parecen hasta cómicas.

Hemos hecho de todo en nuestras casas por nuestros hijos. Nos ha tocado hacer de artificieros, «desactivando» algún que otro pañal, con más de un intento fallido, corriendo incluso con el bebé cogido de las axilas, tratando de ponerlo a salvo.

Por supuesto, hemos sido cocineros, camareros, «alquimistas» de biberón y hasta catadores improvisados de la comida de nuestros peques. Al final, hasta le coges el gusto a según que cosas. Pero creo que lo peor de todo eran las rutinas, que te volvían loco al juntarse una toma con otra. Recuerdo haberme sorprendido en la cocina, en penumbra, aún con las legañas pegadas, contando las cucharadas de café que le ponía a una cafetera… De locos.

Todos, absolutamente todos, hemos creído literalmente abducidos nuestros sentidos por alguna canción infantil de aquel grupo de tantísimo éxito que prefiero no recordar. Llega un momento en que te sabes hasta el orden de cada disco. Tan increíble como inextinguible, se te mete la melodía entre las sienes y es como si un coro de duendes te cantara, en estéreo, esa coplilla, a ambos lados de tu almohada, hasta que la desesperación crece más que el sueño y desfalleces, seguramente desmayado. Un amigo mío lo comparaba con una tortura vietnamita, y no exageraba lo más mínimo, de verdad.

Psicólogos, maestros, diplomáticos, todo eso hemos tenido que ser por nuestros niños en alguna ocasión, sobretodo cuando se han juntado, a corta edad, con algún amiguito en el mismo territorio. Es complicado resolver un conflicto de personitas de medio metro mal medido cuando ninguna de ellas parece escucharte. Lo intentas, hablando despacio y mirando a los ojos a uno de ellos, el que comenzara la disputa; lo repites, incluso más despacio que la vez anterior, luego vuelves a hacerlo intensificando la entonación, como si sirviera de algo y, finalmente, lo das por imposible con el primero repitiendo la misma técnica con el otro, que suele ser el tuyo. Obviamente, la cosa termina, por lo general, mal, en rabieta y consabida humillación moral por lo corto de tu carrera diplomática.

Hemos hecho las veces de artistas, de artesanos incluso de críticos. Hemos tomado las riendas de alguna creación con plastilina, con los bloques de construcción o con cualquier cosa que pintara, y nos hemos crecido y recreado con ello, y hemos apartado a nuestros niños para que no lo estropearan y nos hemos enfadado muchísimo, como críos, si lo llegaban a hacer. Hemos disfrutado incluso más que ellos, como si lo viera.

Miles de veces hemos sido paño de lágrimas, y cambia muchísimo la cosa desde las primeras, en que te desquiciaba no saber qué le pasaba hasta las más recientes, cuando sabes perfectamente cómo calmar y hasta hacer dormir a tus hijos y, entonces, has saboreado la gloria de ser padre. Sólo notar cómo se te acurruca en tus brazos y deja de llorar hasta quedarse plácidamente dormido, creo que ya vale bastante el desgaste y el esfuerzo que te hayas dejado por el camino.

Al principio cuentas los días, las semanas, luego los meses y los años, y esa estantería virtual donde tienes tus fotos, al verlas todas juntas, es infalible e implacable al recordarte el paso del tiempo. Cómo crecen y cómo se empeñan, sin saberlo ellos, en serte cada día más y más indispensables. Ya no te imaginas un mundo sin ellos porque, una vez que has probado la experiencia, ya te sería más que imposible.

Es tan intenso el sentimiento que te trae la memoria que, estoy seguro, si lo intentas con todas tus fuerzas, recordarías hasta el primer olor que desprendía cuando te la pusieron en tus brazos. Impresionante, tiernamente impresionante.

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buscar o no buscar

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Para unos padres como nosotros, más pronto que tarde, te atreves a asomarte por la peligrosa ventana de internet a un océano infinito de información. De primeras, te sentirás perdido en esa inmensidad, como flotando a duras penas con ayuda de unos ridículos manguitos tras un naufragio. La misma sensación que pueda tener un niño que contempla el mar por vez primera, que le atrae y le impone respeto a partes iguales.

Sé que muchos lo desaconsejan pero es algo muy difícil de evitar. Si tienes los medios y sabes cómo hacerlo, se convierte en una tentación imposible de aplacar. Piensa que te comienzan a hablar los médicos en unos términos incomprensibles, que las consultas se te hacen muy cortas y que el día tiene muchas horas para darle vueltas a la cabeza, para sembrar y hacer brotar muchas dudas.

No puedes aguantar hasta la siguiente consulta, necesitas comprender mejor lo que te han dicho, necesitas contrastar, comparar, descartar. Sientes que vas a ser capaz de ver ese algo que no ha visto el médico y que le haga cambiar su parecer en la próxima visita.

Personalmente, no veo con malos ojos el hecho de bucear en internet, a la búsqueda de información que nos pueda ser de utilidad para entender mejor lo que les pasa a nuestros hijos. Ahora bien, hay que ser sensato y tener claras algunas reglas básicas.

Lo más básico es ser consciente de que, para que algo valga la pena ser explicado en internet, deber ser algo que se salga de lo normal. Es decir, no hay muchos artículos contados al detalle sobre el resfriado común. Eso ya está superado y no interesa mucho. Así que prepárate a encontrar casos clínicos muy, muy especiales, habitualmente acompañados de un repertorio de imágenes que no son nada fáciles de digerir para alguien profano en la materia. Desde luego, no es la mejor lectura para antes de ir a dormir.

Luego vienen los síntomas o las manifestaciones que sugieren a un médico que estamos ante un cuadro o síndrome y no otro. Por cierto, síndrome no significa, de por sí, nada grave. Sólo quiere decir que algo presenta varias características al mismo tiempo. Al ritmo que la ciencia avanza, hay investigadores que son capaces de advertir la concurrencia de varios síntomas que se repiten de unos pacientes a otros y, entonces, a ese cuadro, se le identifica con el nombre del investigador que lo descubrió. Luego llegarán otros compañeros que matizarán y ahondarán en sus descubrimientos, y eso puede dar lugar a variantes del cuadro inicial.

En fin, no te dejes intimidar por algún nombre de un síndrome que se sospeche que comparte tu hijo. Se puede tratar, seguramente, de eso, unas sospechas muy iniciales, que más tarde se confirmarán o no. Y si te decides a investigar por tu cuenta en internet, no te apuntes a lo primero que leas.

Que tu hijo tenga 3, 4 o 5 síntomas de un síndrome no quiere decir absolutamente nada si el cuadro completo suele tener 8 o 10 síntomas. Piensa que esos síntomas los comparten miles de cuadros o enfermedades, no tiene entonces sentido que te preocupes a la primera de cambio. Hay muchos tipos de pruebas de descarte, para confirmar si se da o no una enfermedad, y pasan por análisis clínicos hasta exámenes genéticos o radiológicos. Desde luego, una enfermedad rara no se diagnostica en la primera visita.

Si estás buscando en internet acerca de alguna enfermedad en particular, has de tener cierta seguridad sobre las páginas que visitas. Sobretodo lo actualizado de la información que manejas. Te aseguro que diez años pueden ser una eternidad en este tipo de asuntos.

Pon en cuarentena todo lo que pase por tus manos. Guárdalo a un lado y sigue buscando en esa misma línea, hasta que puedas tener una idea bien clara y definida que te p ermita dar por buena esa información. Luego, recuerda que no eres médico, así que no te permitas tener la ultima palabra en nada que pueda afectar a tu hijo. No te cortes en preguntar, sobretodo a tu pediatra. No te permitas irte de la consulta con ninguna duda en la cabeza pero tampoco te obsesiones con algo.

Si una opinión no te convence, por lo que sea, porque no la entiendes, porque no entra en detalle o porque pienses que no te ha entendido bien el médico a la hora de plantearle tus dudas, búscate otra segunda opinión. Las que quieras, aunque, cuando lleves quince que te dicen que «no», deberías empezar a sospechar que quizás sea que «no». De verdad, esto es serio y debes estar siempre convencido de las decisiones que vayas tomando, aunque te recuerdo que el tiempo también es una variable importante en la solución de los problemas y aquí es crucial. No lo malgaste persiguiendo fantasmas.

Habla, habla mucho con tu pareja, con otros padres. La diversidad de puntos de vista enriquecerá también tu perspectiva. Aprende de los errores de otros y comparte los tuyos, verás como poco a poco te sentirás más suelto manejando esos términos médicos que tanta bola se te hacían al principio.

Por cierto, hay una cuestión que siempre trae de cabeza a los padres, incluso desde el embarazo. Son los dichosos percentiles. No son más que datos estadísticos que sirven de referencia al médico que os hace el seguimiento. No os podéis obsesionar con unos datos que son super sensibles a la forma de tomarse, tanto que calcularlos con un día o un milímetro arriba o abajo de diferencia puede traducirse en resultados muy, muy distintos. Insisto, son sólo una referencia, pero no son nada más por sí solos. Echa un vistazo a tu entorno y piensa en qué perceptibles estarían todos los adultos que conoces, altos, bajos, gordos, flacos… Y no pasa nada.

En fin, entiendo que el uso de internet, mal manejado, puede ser muy perjudicial para tus nervios pero, con una correcta asimilación de lo que encuentras, en ocasiones puede reportar mucha tranquilidad a los padres, aunque sólo sea por sentirse cada vez más seguros navegando por ese gran océano, cambiando los manguitos por un flotador, o por una colchoneta, o por una barca…

cazando cometas

cazando cometas

Es verdad que ya no tengo miedo. Es verdad que ya miro con otros ojos y que esto se lleva mejor. Pero no deja de ser verdad que ha costado lo suyo.

Te pasas la vida persiguiendo estrellas fugaces, y siempre llegas tarde. Siempre te da la impresión de que nadie te avisó a tiempo para verlas, de que otros tienen más suerte que tú o que, incluso, su cielo no es el mismo techo que el tuyo.

La angustia se fabrica a medida. La insatisfacción lleva el nombre de cada uno de nosotros y nosotros mismos nos la forjamos a base de bien, de forma incomprensible, con el paso de los años.

Cuando eres niño, porque no te atreves. Cuando eres joven, porque no te dejan. Cuando eres adulto, porque no se debe. Cuando eres maduro, me temo que porque ya no es momento. Nos pasamos una vida entera teorizando, pensando lo que haríamos si tuviéramos todo a nuestro favor, como si supiéramos, de verdad, qué necesitamos para ser felices y siempre con la losa en la mente y la excusa lista en la boca para no serlo nunca de forma plena. Siempre nos falta algo.

Parece que pidamos a gritos que, esa misma vida con la que jugamos, nos de un bofetón de vez en cuando, para que espabilemos.

La vida de cada uno tiene miles de guantes, y a cada cual le golpea con distinta intensidad según las necesidades y lo duro de su mollera. No dirás que no tienes oportunidades, sobre todo cuando ves señales por todas partes, de distintas vidas golpeando cerca de a ti, a amistades, a familia, unas veces con guantes de seda, y otras tantas con guantes de esparto.

A veces con forma de enfermedad, otras con forma de ruina. En ocasiones se disfraza de desengaño y otras de accidente. Es la vida, date cuenta, llamando a capítulo a quien cada vez le toque.

No escarmientas, necesitas que el golpe lo sientas en tu cabeza, en tus costillas, para darte cuenta de una vez por todas cómo funciona esto. Parece que sólo cuando lo sufres en tus propias carnes, entonces, aprendes la lección, y te pones las pilas, y te prometes que no la olvidarás.

Hoy me apetece filosofar un poco. Bueno, en realidad, no he dejado de hacerlo desde hace mucho tiempo. Pero es que el caso es que no dejo de ver cantidad de personas a mi alrededor que siguen luciendo sus angustias y sus grandes agobios en sus pálidas frentes, quejándose porque sí, y dejando pasar el tiempo como el que deja un grifo abierto, lamentándose con mil aspavientos de una increíble sed.

Todo esto del blog me ha servido para hacer memoria del golpe que nos tocó a nosotros en suerte, para ver que cada día pasado, para bien o para mal, queda ahí, donde nadie lo puede resucitar. Que las experiencias pasarán todas por un insalvable juicio que las mande definitivamente al recuerdo o al olvido, y que sólo de nosotros depende su sentencia.

Querida vida, gracias por la lección. De verdad que tomo nota y, en el futuro, sabré valorarte como corresponde. Conste que creo, sinceramente, que te pasaste con el susto pero, no dejo de estarte agradecido. Pienso dedicarme en cuerpo y alma a esas pequeñas cosas que de verdad importan.

Yo ya no busco más estrellas locas en el cielo, ya no cazo más cometas. Por nada del mundo se dejará de sonreír en mi casa, y si se ha de llorar, que valga bien la pena. Al final, te das cuenta que es preferible un buen abrazo a tiempo y a fondo que todo el oro del mundo; mucho mejor tener barra libre de sonrisas, gratis, que mil cheques en blanco y al portador.

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deja hacer a la cigüeña

ciguena

Probablemente, una de las experiencias más impresionantes de este mundo sea traer a alguien a la vida. Digo, probablemente, porque eso es algo que yo, por mi condición natural de hombre, no podré contar jamás en primera persona.

Debe ser tan intenso desde que confirmas la noticia que no soy capaz de imaginarme algo siquiera parecido. No sé si ese sexto sentido que se dice de las mujeres ya las pone en preaviso antes de mirar un test de embarazo.

Es impresionante, con la sola diferencia de un segundo, lo justo para confirmar la sospecha, pasar de ser uno a ser dos -o tres, o cuatro…-. Sencillamente, increíble.

Si eso no es magia, no sé qué puede serlo. Sin trucos baratos, sin ilusiones, de la nada, se abre paso la vida.

No es envidia, de verdad que no -no me termina de convencer lo de las contracciones-. Puede ser más curiosidad que otra cosa. Ser madre, o padre, es algo que durará muchos años. Pero, ser protagonista del mayor espectáculo que te ofrece la naturaleza, eso sólo dura nueve meses.

Creo que, sólo por eso merece toda la atención del mundo. No puede haber mejor conexión entre dos seres que ésa y jamás se habrá de repetir. ¿Pataditas?, por favor, eso es peccata minuta al lado de lo fantástico que tiene que ser sentir un corazón junto al otro, en pleno silencio de la noche, justo antes de dormir. Yo no pegaría ojo.

Supongo que hay detalles que hacen que se pierda el encanto, pero estoy seguro que, en esos nueve meses, los momentos buenos superan con mucho a los de mareos, náuseas y cambios de ánimo.

Es demasiado extraordinario como para no disfrutarlo. Una pena, la verdad, si no se le presta la atención más suprema.

Hace poco ha llegado a mis manos un video, de esos que da a luz -nunca mejor traído- la factoría Disney. Si no he entendido mal el mensaje, habla de lo bien pensada que está la madre naturaleza. No hay ni un sólo bebé que no se corresponda con la mejor madre posible para él. Por muy distinto que sea cada retoño, todo está preparado para que lo críe la mejor versión posible de madre.

Al hilo de todo lo que venimos hablando, entiendo que lanza una moraleja en varios sentidos: para la sociedad, la variedad es hermosa, y las diferencias entre unos niños y otros forman parte desde este increíble escenario que es nuestro mundo; para las madres, tranquilas, no os preocupéis por nada, porque está todo más que previsto. Gordos, flacos, rubios, morenos, niños niñas, qué más da…Simplemente, disfrutad del momento y dejad hacer a las cigüeñas…

https://www.youtube.com/watch?v=FKI7y4Dkq6Y

duele

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Claro que duele, y es normal. Creo que me puedo hacer una idea de por lo que estás pasando ahora.

Imagino que aún no te crees lo que te acaban de decir y que sigues pensando que todo será un error del pediatra. Miras y miras a tu hijo, y lo ves ahí, dormidito, en su cuna, tan normal. No puede ser verdad.

Cuesta asumirlo, y es completamente normal. Pasarás las noches en tu cama, escribiendo con la mente en la pizarra de tu techo mil veces «no puede ser verdad, no puede ser verdad»… y, créeme, será una auténtica tortura, pero normal.

Todo lleva su tiempo, y que tu abras los ojos también. Tranquilo, no pasa nada. Todo esto forma parte del duelo, y es de lo más normal. No te agobies, además, si cuando llegas a casa te parece haber discutido con medio mundo. Es cierto, nadie te entiende, y no los culpes a ellos, porque eres tú quién está en tu pellejo, y nadie más. Te verás muy solo. Sentirás el aliento del mundo contra ti.

No habrá ninguna persona que te sepa consolar, ni familia, ni amigos, ni nadie acertará con lo que te pase, por mucho que te esfuerces en explicarlo. Normal.

Pensarás que es culpa tuya, repasarás de cabeza lo que hiciste en los últimos doce meses y te obsesionarás con encontrar dónde estuvo el fallo y eso, te lo aseguro, es normal.

A tu pareja le pasará tres cuartos de lo mismo, discutiréis más que nunca, el silencio se apoderará de vuestro hogar y llorarás cuando no te vea sólo por evitar que ella vuelva a llorar aún más. Normal, normal, normal, todo normal…

No soportarás ver a otros padres felices por la calle, sosteniendo orgullosos a sus bebés perfectos, en su brazos, con sus caritas de anuncio y, en serio, es más normal de lo que crees.

Tratarás con médicos de todos los colores y condición y te harás la cabeza un lío. Empezarás a manejar unos términos que un año atrás desconocías y comenzarás a juntarte, en las consultas de esos mismos médicos, con otros padres cuyos rostros empezarán a serte familiares. Y te quedarás observando más de una vez, sin quererlo, las caras de sus niños, y verás en ellos cada día más normalidad.

Mirarás de frente al miedo, volverás a la pizarra imaginaria sobre tu cama, y un día la borrarás por completo y se te quedará pequeña escribiendo un millón de veces «TODO SALDRÁ BIEN», en mayúsculas para que se te quede mejor.

Te asomarás a la cuna, a solas, y descubrirás lo hermoso que guardas en ella, y con el tiempo, te sonreirá y así te ganará para siempre. Y será de lo más normal.

Ya se te hará cada vez menos lío lo que escuches de esos médicos, aprenderás a interpretarlos y extraer de sus extraños jeroglíficos sólo mensaje positivo, y te obligarás a verlo siempre normal.

Pasarán las semanas, los meses, y llegarán los primeros avances de tu hijo. Los frentes serán menos, las noches tomarán un ritmo más llevadero, pasarás menos por urgencias y habrá algo de estabilidad, y casi ni recordarás cómo empezó todo.

Volverás a hablar con tu pareja, y a hacerla sonreír como antes si no más. Os veréis unidos, perfectamente sincronizados. Cuando ella se resfríe tú estornudarás, cuando tú te emociones ella llorará y, desde luego, con cada ruido a medianoche, los dos os sobresaltaréis casi a la par.

Ya os dará igual que los demás no lo vean normal, porque para vosotros no cabe otra perspectiva. Habréis superado, casi sin daros cuenta, una de las fases más duras de vuestra vida y comenzaréis, también sin verla venir, la más feliz que os quede por disfrutar.

Encima de tu cama ya no habrá más pizarras, sólo habrá un techo de negro corcho en el que irás colgando, noche tras noche, cualquier tonta imagen de tu niño que se te haya quedado en la retina durante el día y, para coger el sueño rápido, ya tendrás tu propio truco, y la observarás. Y eso es y, será por siempre, absolutamente normal.

sólo mirarte

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A veces me gusta pasar el rato observándote, viéndote hacer cualquier mínima cosa, y estudiarte al detalle. Como quien descubre un animalillo, a lo suyo, y no quiere hacer ruido, no vaya a ser que se espante.

Me encanta ver cómo te haces un lío con tus sábanas, en tu camita, mientras ensayas de un lado a otro ese volteo que nos trae de cabeza. No dejas de intentarlo. No te gusta nada ponerte boca a bajo, pero ahí vas tú, una y otra vez, buscando un juguete, o la tele, o qué sé yo, ganando un palmo más a cada intento.

Se me pasan los minutos fijándome en tus manitas, pasando y repasando las hojas gordas de uno de tus libros, de ésos que tanto te gusta manosear, con sus formas llamativas y sus colores tan de niños. Qué trabajito nos costó alcanzar la dichosa línea media, y quién lo diría viéndote ahora dándole mordiscos a alguna que otra galleta o unos gusanitos.

Tus grititos, impropios de tu edad, pero que suenan a inocencia recién estrenada. Le charloteas a la niña del espejo, a tus pies, a tus muñecos. Me encanta. No sabes cuánto.

Creo que nunca me cansaré de pedirte un beso. Ahora que lo has aprendido, y aunque a penas suenen con fuerza, lo veo la cosa más tierna del mundo, cuando aprietas tus dos labios y, casi sin querer, se te escapa algo parecido a eso, a un delicado beso.

Y el equilibrio, todavía por dominar. Me parece mentira tenerte frente a mí, sentada con tu espalda erguida y tu cabecita más o menos controlada, entretenida con cualquier juguete que haga ruido y tenga un par de luces. Para comerte, mi niña.

Adoro tus formas, ahora que me he acostumbrado a ellas. A tus pies de llaverito, a tu pelo siempre despeinado, a tus ojillos, torpes y despistados, a tus piernas, siempre jugando, a tus orejillas, a tu boca, a tu todo… Hasta el modo en que te llevas las manos a la boca, cuando te puede la timidez, como tratando de retraerte un poco ante quien no conoces.

Ya sabes que nos vuelven locos tus palmitas, así como las haces, y te gusta repetirlas, sonriendo cuando tú misma ves que te salen mejor. Y con un «cucú» ya nos matas, y nos tienes ganados para toda una tarde. Te me vienes arriba cada vez que haces un pequeño algo y nosotros nos emocionamos casi tanto como al principio.

Tu vida está pasando frente a nosotros a cámara lenta y nos trae un mar de sensaciones confundidas. Sabemos que llevará su tiempo, pero no podemos dejar de fascinarnos con cada gesto nuevo que aprendes. A tu hermana ya la vemos enorme y, casi sin darnos cuenta, ni se parece ya al bebé que dormía en su cuna, y da morriña, mucha morriña.

Contigo es distinto. Sólo mirarte hacer cualquier cosa que hagas, ya es un lujo para la vista. Te miro y te juro que no sé por qué estás pasando por todo esto. No sabría explicarte algo que ni yo estoy seguro de comprender pero, con sólo mirarte, ya me queda claro que no hay mucho en esta vida que no serás capaz de hacer.

pequeños luchadores

Alguien me ha traído a la memoria un artículo que escribí justo cuando dieron el alta a Merceditas en el área de Neonatos. Por eso, y por Justicia al no haberme acordado de mencionarlos en mi anterior entrada, y porque viene perfectamente a colación, quiero compartirlo con vosotros.

Estoy seguro que a más de uno, esa estampa, le ha resultado familiar en su vida.

Dicen que cuando un recién nacido te agarra con su manita, te tiene atrapado para siempre. Es una verdad como un templo, y algo que no tienes que explicarle demasiado a quien ha sido padre. Otra verdad indiscutible, aunque más científica, da la razón al genio Alberto Einstein, interpretado a lo bestia, cuando dijo algo así como todo es relativo, se demuestra día tras día en algún rincón escondido de cada hospital, en las unidades de Neonatología.

Es un auténtico mundo paralelo, al margen de cualquier elemento extraño que no tenga que ver con la paciencia, el cariño y la esperanza, donde el tiempo va otro ritmo, y el concepto de “importancia” difiere muy mucho del que se tiene en otros sitios. Los éxitos se miden en gramos y las victorias se celebran en voz baja, para no molestar. Es el rincón donde se encuentran esos pequeños luchadores que, por muy diversas causas, necesitan mayor atención. Lo de pequeños, va por su estatura, y no hace ninguna justicia a la magnitud de lo que consiguen esas increíbles personitas a cada paso de minutero.

Los casos que guardan las carpetas de los historiales de esos bebés rozan lo dramático, y explican de sobra que el pasillo desde los ascensores hasta esa estancia recoja más lágrimas que el más multitudinario de los velatorios. Pero, una vez se llega a la sala, las lágrimas se esconden, se secan, se tragan, porque es regla de oro para los padres que pisan ese espacio transmitir toda la positividad del mundo a sus críos. La historia se repite a diario, y las largas caras de los padres que se estrenan en la experiencia, al poco se tornan en radiantes por constatar la más mínima evolución.

Asusta, inevitablemente, de primeras. Pero consuela y alivia ver cómo se desarrolla todo. De puertas para adentro no se sabe tirar la toalla, ni hay imposibles.

Sencillamente increíbles, son las ganas que se palpan en las incubadoras por sentir a una madre en cada toma, a las tres, a las seis, a las doce… Y, entre toma y toma, impagable la labor de esos guardianes de la casa que van vestidos de azul, de verde o con amables estampados infantiles. Reconforta sólo con ver cómo tratan a “sus niños”, siempre con un piropo en la boca y un mimo que les sale del alma y acaricia, seguro, el minúsculo corazón de tan delicados pacientes.

Luego, las horas se llevan mejor en compañía de otras madres, en espontánea terapia de grupo, allá en el lactario, blanco manantial de vida donde cada gota conseguida sabe a gloria regalada para los pequeños. Será solamente uno los primeros gestos de sacrificio de una madre por su retoño, muestra de lo que le esperará para los restos, y que sólo ella sabrá lo que cuesta sumar calostro y calostro hasta que se abre paso el líquido tesoro.

Cada historia, en particular, es digna de elogio, y cada bebé, de monumento. Se desarrolla una curiosa empatía para con el resto de familias en parecida situación, y se comparten alegrías y penas por igual entre los presentes. Es tan intensa la vivencia, que no puedes extraerte de lo que suceda a tu alrededor más inmediato. En cuestión de horas ya le pones carita y nombre a cada cubículo y, por supuesto, conoces su razón de estar allí.

Maravillosamente, las circunstancias mandan, y hace coincidir a personas que jamás lo hubieran hecho desde sus respectivos hábitats, cada uno con su estilo, procedencia o religión, generándose una auténtica y admirable red social, siempre abierta a nuevos integrantes. De manera automática, se transmite de unos a otros una misma filosofía. Sin pedirlo, todo recién llegado encuentra siempre un sincero apoyo de los que llevan más tiempo.

En Neonatos se vive el milagro de la vida a diario, en mil y una formas de expresión, un milagro que se graba a fuego en las mentes de quienes han pasado por ello, y que, por fuerza, aporta una perspectiva enriquecedoramente distinta y de agradecer, sensación en la que coincide todo aquél al que le toca vivirlo, encantado de haber topado con semejante calidad humana por metro cuadrado.

ángeles por vocación

A menudo, los padres, contando alguna experiencia con la salud pública, convertimos en centro de nuestras críticas a cualquier médico o profesional que nos haya tocado en suerte para atender a nuestros chiquillos. Es normal, nosotros también lo hemos hecho. Tened en cuenta que se trata de nuestros niños, y que, como haría una leona con sus cachorros, no toleramos la más mínima tontería para con ellos.

En ocasiones, exageramos. En otras tantas, quizás tengamos razón pero puede deberse a un mal día de la persona en cuestión. Nosotros tenemos una imagen generalizada de todos los profesionales de lo público, en conjunto, bastante favorable. Si hubiera que calificarlos rondarían el notable alto.

Los fallos del sistema no pueden emborronar el buen servicio que prestan sus componentes. Creemos que hace falta una vocación mayúscula para entregarse, como lo hacen, a su trabajo. Pensadlo bien, cualquier función que se trate, dentro de un hospital, la de cosas desagradables que te pasan frente a tus ojos al cabo del día. Hay que querer mucho tu profesión para ir todos los días aguantando el tipo, hay que ser generoso de verdad para entregarte a los demás de esa manera, y hay que ser casi un santo para aguantarnos a todos, uno detrás de otro, cada cual con nuestras manías.

Con todo esto de Merceditas, hemos encontrado unos profesionales para quitarse el sombrero, con un trato que excede en mucho lo que cabe esperar. Luego, además, te das cuenta que no ha sido algo puntual, cuando el comentario se repite de unos padres a otros. Son pediatras, especialistas, anestesistas, enfermeras, en fin, son el alma de un centro público.

La primera persona que me viene a la cabeza es la Dra. Ruth Capitán, del Centro de Salud Carlos del Pino, de Córdoba. Hace todo esto mucho más llevadero, te escucha, se acuerda de cada mínimo detalle de otras consultas, si no tiene una respuesta en el momento sabes que te llamará para tu tranquilidad, transmite una calidad humana que se agradece. Sientes como sabe tratar a la pequeña con dulzura, incluso cuando estás hablando con ella a los ojos, te das cuenta que acaricia la manita a la pequeña, y ella la reconoce como una mano amiga.

El pediatra es tu conexión con ese mundo tan complejo de especialistas y la sintonía con él es más que fundamental. Nos sentimos especialmente afortunados.

Conexión importante también es en lo que se basa el trabajo de las llamadas «enfermeras de enlace». No sé si es algo propio del Servicio Andaluz de Salud o si existe en otros sistemas autonómicos. Es un invento de lo más práctico. La nuestra se llama Lourdes, y te recuerda a la típica niñera entrañable, eficiente y cariñosa como sacada de una película de otra época. Una tata.

Es muy, muy cercana y tiene una cabeza increíble. Se encarga de llevar y cuadrar la agenda de todos sus pequeños pacientes. Se acuerda de todo y de todos. No hace falta que le comentes nada, pues siempre va dos pasos por delante. Como la mejor de las secretarias, cuando la ves ya te dice de memoria todas las citas que tienes en los próximos días. Hace que coincidan en los días, localiza tu historial para que llegue cuanto antes al departamento que lo espera, y hace pequeños milagros de hospital. La quieren un montón, y se ha convertido en madrina -Hada Madrina- honorífica de más de uno por méritos propios. Nos descubrió cosas como la tarjeta Más Cuidado, con la que los padres de niños con necesidades especiales tienen muy buenas ventajas.

Por fuerza me tengo que acordar de la Dra. Mercedes Zapatero. Ya no está en lo público pero, en otro tiempo estuvo al frente de neonatos y de alguna otra sección de maternidad. Seria en el gesto cuando le relatas los síntomas y dulce, muy dulce cuando te toca llorar. Habla con la autoridad moral que le da su experiencia y sales completamente tranquilo de sus consultas. Nos gusta que tenga siempre un ojo puesto en nuestra niña. Nos conoció estando Mercedes embarazada y nos siguió hasta el punto de asistir al quirófano en el parto. Es como una una abuela ya para la peque.

Hay una persona que no ha tratado a la niña directamente, pero que la conoció antes incluso de que naciera. La Dra. Mónica Miño, de Medicina Fetal, ha sido clave para que Merceditas esté hoy aquí. Cuando más agobiados estábamos por los diagnósticos prenatales que nos daban, ella marcó un antes y un después al centrarnos «en lo que de verdad importa». Fue distante cuando tuvo que serlo. Su trabajo lo requiere. Y fue de una sensibilidad extraordinaria cuando más falta hacía. Creo que se nos quitaron las tonterías a raíz de seguir sus indicaciones.

Los primeros fisioterapeutas de Merceditas, Rosario y César, que trabajaban con ella cuando sólo tenía tres meses. No es fácil realizar ejercicios a un muñeco de trapo. Es así de gráfico, de hecho, en algunos sitios se hace referencia a los niños con hipotonía usando ese término. Cariño, cariño y cariño, eso es lo que daban a mi niña con sus manos cuando ni tan siquiera era capaz de enfocar la vista. Y así está ahora…

Montse e Isabel, genetistas, se han volcado de lleno con nuestra hija. Cada vez que tenemos ocasión, nos pasamos a verlas y siempre tienen algo más interesante que comentar. Muy proactivas. se agradece.

Todo el equipo de anestesistas y, en especial a las dos Lourdes. Es muy, muy difícil la tarea que les toca cada vez que la peque tiene que entrar en quirófano. Tienen toda la paciencia del mundo, y sé que cada pinchazo en vano a ellas les duele más aún.

Hay otros muchos más especialistas que tratan a la niña en un montón de departamentos del Hospital Universitario Reina Sofía, nefrología, oftalmología, traumatología, radiología, dermatología, neurología, digestivo, hospital de día… En fin, que nunca nos olvidamos de la labor de todos los doctores y enfermeras que ya conocen el expediente de la niña, Gallardo, Ibarra, Garnacho, Jiménez, Valdivieso, Jaraba, González de Caldas, López Laso, VázquezAntón, García y un sin fin de batas blancas por delante de los que desfila Merceditas en sus idas y venidas al hospital, sin dejar de contar con el personal de urgencias.

Todo un ejemplo de buen servicio y sentido de la responsabilidad. Buen trabajo, señores, de verdad que podemos estar todos orgullosos. Debe ser por eso que todos visten de blanco, porque, en el fondo, tienen que tener algo de ángeles por dentro para dedicarse a esto…

de repente, tú

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No sé cuántas veces, teniéndote en mis brazos, meciéndote para que vuelvas al sueño, he pensado lo mismo. No sé cuántas ya he acabado, casi sin querer, bailando suavemente, imaginando si algún día podría hacerlo así, de verdad, contigo. Y es que, de noche, en silencio, cuando ya sólo escucho tu respiración en mi hombro, es cuando más miedo tengo al mañana.

Nuestra vida era casi perfecta, de película, con nuestro buen trabajo, con tu madre, con tu hermana, sólo nos faltaba un perro en esa casa. Bueno, un perro, sabes que jamás, por mucho que nos gusten. Sólo nos faltaba, entonces, repetir la experiencia de nuestra primera hija, y que viniera otro, otra, lo que sea, y otro más si se tercia. Estábamos encantados, radiantes, disfrutando cada día como si fuésemos la familia modelo. Y nos atrevimos con un bebé. Hubo un primer intento y algo salió mal. Ya te lo contaré, eres muy pequeña para entenderlo.

Pero volvimos a intentarlo. De repente, nos confirmaron que venías tú. Y nuestras caras volvieron a brillar pero más contenidas. Te mimamos desde que nos dieron la noticia, y no había noche que no se acostara tu madre imaginando tu carita en el techo. Comenzaron las revisiones y, con ellas, un raro infierno. Los médicos no lo tenían claro y se contradecían de una consulta a otra hasta que uno de ellos sentenció, y esa sentencia nos puso entre la espada y la pared.

Tu madre ya no tenía que imaginar tu cara, porque te vio por una pantallita. Te vimos y ya no nos podíamos creer que algo fuese mal. No te podíamos sacar de nuestra cabeza. Te aceptamos y nos preparamos para ayudarte en cuanto llegases. Lloramos, lloramos mucho esos meses. Y con todas las lágrimas que derramamos, mojamos sopas y nos las tragamos para que no las vieses.

Perdona, cariño, porque viniste y en lugar de celebrarlo con todas las ganas, nos asustamos. Aún no sé cómo lo hiciste para cambiarnos el gesto. Estabas en tu cunita, en neonatos y no hacías ni un ruido. Todos lloraban, pataleaban, buscaban algo por todas partes y tú ni te inmutabas. Recuerdo haberme pasado los cortos minutos de las visitas acariciándote la manita, mientras seguías dormida tras tu toma de cada calostro que te traía tu madre, y casi ni te movías. La pediatra que te dio el alta nos llegó a decir, bromeando, que eras muy buena, muy tranquila.

Nos costó tiempo, unos meses, para entender cómo funcionaría esto para el resto de nuestras vidas. Tuvimos que bregar con cientos de médicos hasta que conseguimos algo de estabilidad. Estábamos siempre en alerta contigo, hasta que aprendimos a relajarnos y disfrutar de tu persona. Y de qué manera.

Te admiro, ¿sabes? No me extraña que empieces a berrear nada más ver un bata blanca, pero lo que no alcanzo a entender es cómo te repones al momento y nos regalas la más hermosa de tus sonrisas. Parece que sólo buscas nuestros brazos, como tu rincón seguro. Me encanta.

Los adultos no solemos ver las cosas así. En ocasiones nos ponemos nerviosos al más mínimo inconveniente. También berreamos para dentro y todo nos parece vuelto en contra nuestra, y olvidamos hasta cómo sonreír. De mayor, quiero ser como tú.

No te imaginas la que has liado. Tu madre, tu hermana y yo hemos empezado a contar lo feliz que eres a pesar de no tenerlo fácil y están todos encantados. Vamos a hacer algo grande, vamos a hacer una terapia de grupo enorme, contigo con tus amiguillos del cole, ya lo verás.

Lo estás haciendo muy bien, pequeña, eres increíble. Y no sé si mañana bailarás conmigo o no, si llegaré a verte correr para venir en mi busca o si me dirás de una vez “papá”, de veras que no lo sé, tesoro. Sólo te puedo asegurar que, si existe la más mínima posibilidad de que todo eso ocurra, trabajando duro, lo tendrás. Tú no te preocupes y sigue sonriéndome, por favor. Porque puede que nuestra vida fuera casi perfecta, de película, pero resulta que, de repente llegaste tú y ahora es perfecta, de verdad.

los ladrones de energía

Como ya dijimos en nuestra presentación, es imperativo en la tarea de ayudar a nuestra hija mantener en todo momento una actitud optimista y positiva. Se necesita estar al 100% todo el día, todos los días. Piensa que un día de bajón es un día que no has hecho nada por ella y no te lo puedes permitir.

Obviamente, caerán muchas lágrimas a lo largo de todo el proceso y tratamientos que llevemos a cabo, pero hay que dosificarlas. Haz que valgan la pena. Está claro que somos humanos y que, en algún momento podemos reventar. Es tan normal como sano, y ahí debe estar el resto del equipo para, primero, respetar ese episodio del que esté de capa caída y, segundo, saber ayudarlo a levantarse para continuar con nuestra misión común.

No permitas que ningún elemento extraño distraiga tus fuerzas ni tu atención de lo que debe ser tu única meta: avanzar en el desarrollo de la niña. Esos elementos extraños, esos «ladrones de energía», a veces tienen forma humana, y llegan por donde menos te lo esperas.

Huye de ellos. En ocasiones no miden sus palabras, con o sin voluntad, y llegan a herirte con sus opiniones, con sus pensamientos. Nadie, y déjame que lo subraye, absolutamente nadie, está en vuestra piel. Podrán acercarse algo a vuestros pensamientos y sentimientos, y más si han pasado por alguna situación similar. Pero no existe en este mundo nadie que sea igual que tú y que esté pasando por lo mismo. Es materialmente imposible, y la clonación aún no se ha llevado a la realidad.

Así que, si nadie está en tu cabeza, en tu cuerpo, en tu corazón, nadie va a estar plenamente autorizado para doblegarte y echar por tierra tu ilusión. Concéntrate, y oblígate siempre a seguir pensando en positivo. Por supuesto, acepta consejos, pero cuando los pidas. Hazte impermeable a comentarios y críticas de quien, ni por asomo, puede imaginar lo que estás pasando.

Créeme, llega a resultar difícil, pero tu salud te lo agradecerá, y tu hijo, ni te cuento…

Hay gente que cree que, porque tu hijo tenga un problema, ello lo convierte en un problema en sí. Hago nuestra una frase que escuché hace poco de un cantante costarricense, Martín Valverde, que decía:

«Que te quede claro, tu niño especial vino perfectamente completo para asesinar tu orgullo, tu envidia, tu vanidad, para enseñarte a vivir, vino completito. No le falta nada. Por eso son especiales».

Creen que nos da lástima cuando, en realidad, lo que estamos es super orgullosos de sus pequeños grandes avances. Busca la motivación suficiente para hacer de tu capa un sayo y volver al trabajo diario por tu hijo. A mí me suele bastar con mirarla a la cara un ratito.

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