– Lucy… Lucy… ¡Lucía..!
– ¡Qué! Dime, perdona…
– Lucía, llevas diez minutos parada en esa misma página. Te recuerdo que falta un mes para la boda y aún no tienes vestido…
– Sí, sí… La verdad es que no veo nada que me convenza…
– ¿Te pasa algo?
– No, no es nada… Bueno, sí… Esto no me gusta…
– Lucía, ¿qué te preocupa?
– No sé si estoy haciendo lo correcto.
– ¿Lo correcto? Lucy, tienes ya 35, y llevas desde los 20 cuidando de tu hermana. Bueno, desde mucho antes. ¿No crees que va siendo hora de cambiar un poco las cosas? A las dos os vendrá bien…
– Ya, pero dejarla sola, ahora… No sé si eso es lo que hubiesen querido mis padres.
– Mira, sinceramente, no creo que se pueda hacer más por una hermana. Te has desvivido por ella, y te has empeñado en que sea completamente capaz de cualquier cosa por sí sola. Gracias a ti, ahora tiene un trabajo y gente que la valora y la quiere a su alrededor.
– El tiempo pasa demasiado rápido. La veo como siempre la he visto, tan inocente, tan ingenua.
– Has sido su sombra, Lucía. Desde el colegio no has hecho otra cosa que mirar por ella. ¿Recuerdas la que le liaste aquella vez a Frank, el «pelmazo»?
– Joder, claro que lo recuerdo… No dejaba de molestar a mi hermana cada mañana. Hacía que los demás se rieran de ella por el parche que llevaba para la vista. Nata, la «pirata», Nata la «pirata», decía. Mi hermana, nada más verlo, se orinaba encima.
– Sí, y tu te hartaste y le plantaste un puñetazo que lo tumbó delante de todo el patio. ¡Desde el entonces, el pirata era él, por el moratón del ojo que le hiciste! Y con semejante ridículo, dejó dar por saco a los demás niños. No está mal. Ese cafre te sacaba dos años y tres cuartas de grande, lo mirases por donde lo mirases.
– Es cierto -por primera vez sonríe Lucía, mirando hacia abajo, con nostalgia, pellizcando la página del catálogo encima de sus piernas-.
– Lucía, esto de la boda no va a cambiar tanto las cosas. Estaréis igual de cerca, y no le faltará nunca nada. Estoy segura de ello. Hasta tú necesitas tu espacio.
– Tienes razón, Susana. Pero me cuesta hacerme a la idea. Desde pequeña siempre ha necesitado ayuda, y creo que no he bajado la guardia con ella ni un minuto, y de verdad que no me arrepiento. Pero, no soy tan fuerte, ¿sabes? estoy cansada. Han sido demasiados médicos, demasiados especialistas, demasiado trabajo con ella…
– Y mírala, toda una mujer… Te tocó madurar demasiado deprisa y lo has hecho fenomenal. Has sido su padre para protegerla, su madre para mimarla y su hermana para jugar. No puedo estar más orgullosa de ti, y estoy segura de que tus padres también lo estarían. Anda, no te preocupes más -se lanza para darle un fuerte abrazo-.
En ese momento, se oye una voz al otro lado de la puerta del probador.
– Chicas, dejad de charlotear, que voy a salir. ¿Estáis listas? ¡Decidme la verdad…!
– Sí, estamos listas. Venga, sal, Natalia, que llevamos una hora esperando… -dijo Susana soltando a su amiga y secándose una lagrima de la mejilla.
Sale Natalia del probador, con un vestido de novia impresionante, que le queda perfecto, y la cara de su hermana y su amiga lo dice todo. Se hace el silencio ante la estampa y es ella la que tiene que romperlo para que le den su opinión.
– Lo sabía, ¡no os gusta! Esto es un desastre… -refunfuña mientras se da la vuelta para volver al probador-. Tenía que haber cogido el otro, con menos botones…
– Espera, espera Nata, ¡si estás preciosa…! -dice su hermana mientras la agarra de la cintura para que no se escape-. No te imaginas cuánto. Estás radiante. Pareces recién salida del catálogo, de verdad. Ven aquí -la gira para mirarla a los ojos, le coloca bien unas graciosas gafas que lleva su hermana y le sostiene la cara para que la escuche mejor-. Te lo preguntaré una vez más, hermanita, ¿estás convencida?
– Y yo te lo diré una vez más. Siiiiiií… Sé lo que quiero hacer y lo estoy haciendo. Pablo me quiere, yo lo quiero y somos felices cuando estamos juntos. Me acepta como soy, me cuida y me hace reír todo el tiempo. De verdad, hermana, deja de preocuparte y disfruta… ¡Que me caso!
Las dos se funden en un fuerte abrazo llorando de emoción mientras la amiga desvalija una cajita de pañuelos que hay en una mesita del blanquísimo showroom de la tienda de novias. La Magia, que está por todas partes, y ahí se palpa como nunca…
…
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Impresionante y emocionante. Sólo decirte que yo estaba en el salón y Fran en su oficina leyendolo los dos a la vez, sin saberlo y al terminarlo nos hemos abrazado los dos llorando. Gracias.
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No hay que dejar de soñar, de tener horizontes que te animen a seguir intentándolo cada día. Estoy seguro de que, al final, cada esfuerzo tendrá su recompensa. Abrazo…
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