La verdad, no recordaba yo lo repelente que podía llegar a resultar una niña cantando en un musical ni lo empalagosa que era una historia como la de Annie. Los años pasan, para todos, y esa historia se adapta a los tiempos, pero el mensaje ñoño sigue siendo el mismo y, ahora que no me escucha nadie, he de confesar que me ha gustado verla…
Ya no hay acomodador jugando con la linterna para buscarte un hueco, ni descansos a mitad de la película para cambiar el rollo, ni visitas al ambigú para tomar un refresco. No hace falta, pues puedes comer y beber prácticamente lo que quieras durante la proyección. Por cierto que, por lo que cuesta un paquete de palomitas podía ir antes una pareja a cualquier estreno de la época. Y conste, que no hace mucho de eso.
La película, como digo, se moldea, se transforma para un público del siglo en que vivimos, pero el trasfondo no varía ni una pizca. La niña ya no es pelirroja, ahora tiene unos rasgos afroamericanos que te recuerdan a Whitney Houston en pequeñita, pero se sigue sabiendo las canciones de memoria.
Por supuesto, también canta aquélla que levantaba la moral del más negado, diciéndote con una bonita sonrisa que, mañana, pase lo que pase, también saldrá el sol.
No sé cómo lo hacen, pero consiguen meterte en la cabeza, cuando eres niño, una serie de mensajes positivos de los que ya quisiera yo empaparme ahora, a mi edad. No está mal, salir de una sala de cine creyendo que todo es posible y que cualquier problema, por grande que parezca, desaparece con sólo cantar una canción.
De verdad, que no sé en qué momento dejas de creer en esas cosas. Es una pena pero, con el tiempo, te comes la cabeza de la forma más tonta y se te agria irremediablemente el carácter.
Fuimos a verla con nuestra hija mayor, que ahora tiene cinco años, curiosamente, la misma edad que nosotros cuando estrenaron la original. Al escuchar otra vez esa canción, mi lado ñoño se acordó, sin quererlo yo, de la peque, y ya, con esa melodía incrustada en mis sienes, ya no podía dejar de repetirme que todo iba a salir bien, como en esas historias de final feliz en las que todos acaban cantando emocionados.
Estas películas, tan simples, tan facilonas de ver, se agradecen de vez en cuando. De verdad, agradezco que venga una niña con rizos imposibles, pelirroja o a lo Whitney, a recordarme, cantando, que hay que pensar en positivo, para pasar los tragos mejor, para mantener la ilusión todos los días. Y, sobretodo, mirando a la butaca de al lado, donde está mi hija disfrutando como nunca, agradezco inmensamente que me devuelvan una sonrisa muy especial que no sabía dónde pude haberla dejado, en algún rincón de mi memoria de hace unos treinta años.
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