Tiene nombre de primavera, de luz, de alegría, de aire fresco, de lluvia y de todo aquello que te llena la vista cuando estás delante de un cuadro del pasado impresionismo. Le gusta mucho la naturaleza, la vuelve loca, y se zambulle en ella en perfecta armonía, como una pequeña hada jugando sonriente entre flores, igual…
Abril tiene seis años, unos ojos marrones que no quedan nunca quietos, como sus dos hermanos pequeños, que la cuidan, y una sonrisa preciosa, inolvidable. Nació en su mes, curiosamente, y se impregnó de todo el color y la vida que le pudo dar esa página del calendario.
No habla, bueno, en realidad no necesita mover sus labios para llegarte. La sonrisa, siempre esa sonrisa, es capaz de adornar silencios lo suficiente para que le sigas el juego. Luego, cuando quiere, te regala un «mamamama…», que prácticamente vale para todo.
Es cariñosa y sensible hasta más no poder y, sin ella quererlo, lo contagia a discreción. Tiene a todos dominados a su paso. Nunca una sonrisa tan cándida tuvo tanto poder a su alrededor. A lo mejor, por eso parece que huele a distancia las emociones de los demás, porque ya se ha hecho con ellos a la mínima de cambio, apenas la conocen.
Se entretiene y juega sola, a veces frente al espejo, y canta, y baila mientras tararea a su manera, a su dulcísima manera. Lo mismo eso que se apunta a cualquier fiesta, y el tiempo no existe entonces para ella mientras siga sonriendo.
A su madre le fascina todo de ella, e intenta que no se le escape ni un detalle de lo que hace su hija, por nimio que parezca. La niña tiene una hermosa imaginación, y cualquier cosa que se encuentra es perfecta para darle juego, como unos calcetines, que se enfunda en sus manos con las que le gusta acariciar todo, su cara, la de los demás, dejando, a cada caricia, más rastro de esa sonrisa suya.
Conocimos a Abril hace unas semanas por un episodio desagradable. Son de esas cosas que uno no se explica, y que dejan en un amargo lugar a personas sin tacto, o sin una pizca de sensibilidad, o vete tú a saber por qué lo harían.
Un día, la sonrisa de Abril no estaba donde ella la había puesto al salir de casa. Ella tiene siempre una cuidadora que no le quita ojo. Ese día, como digo, la cuidadora salió de excursión y pareció como si la niña se volviera invisible para el resto del colegio. El caso es que ese día, por lo que fuera, no controló bien sus necesidades y, a falta de su cuidadora acostumbrada a estar pendiente de «esas cosas», la pequeña se pasó tres horas sin que nadie la cambiara.
Triste, pero pasó. Esas cosas pasan, y no deberían. Las niñas como Abril no deberían perder jamás su sonrisa. No es lo mismo ver a un hada contenta que un hada triste porque, dicen, un hada vuela tan lejos donde la lleven el brillo de sus ojos y magia de su sonrisa. Por eso.
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