Por supuesto que no se quiere más a un hijo que a otro, pero me atrevo a decir que se quiere «distinto» a uno con necesidades especiales. Al menos, yo siento que tengo mi forma de querer a una hija que no es del todo igual a la de la otra.
A la una, la acompaño desde que nació en su crecimiento, quedándome en un lugar de excepción para verla cómo se desenvuelve, con sus manías, con sus miedos y su repertorio de gestos que la hacen única. A la otra, por fuerza, la ayudo a dar los pasos que no es capaz de dar por sí sola, la achucho y la mimo como el bebé que ya no debería ser, y la observo hasta el más mínimo detalle sorprendiéndome a cada cosa nueva que logra hacer.
La una tiene todo superado, con nota y me tiene loco, con sus comentarios, con sus observaciones con ese atarme en corto que maneja tan requeté bien. La otra, tan inocente, se maravilla con cualquier tontería que le hagas, está descubriendo todo y no es capaz siquiera de entender unas segundas intenciones.
Con la una, se pasa el tiempo volado, apenas la estás despertando a besos para sacarla de la cama y, cuando acuerdas, ya la estás acostando de nuevo, con otro de dulces sueños. Con la otra, todo va despacio, lentísimo, y te obliga a tragarte tus prisas, tus nervios y tus estreses para seguir su ritmo tranquilo, para jugar mirándola a los ojos, a los labios, esperando encontrar en cada juego algún sonido nuevo.
La una y la otra se llevan increíblemente bien. Se ve que el punto y la i van irremediablemente juntos y no son lo mismo por separado. Hay pasión por los dos lados, y la una ha aprendido a jugar con la otra, respetando sus tiempos y sus espacios, y sabe ya que lo que tiene en casa es muy especial, y no por ello es menos hermana que las que ve en casa de sus amigas. La otra, no hay día que se levante sin regalar la primera sonrisa de la mañana a su hermana mayor, se siente protegida, querida y a gusto cuando está ella cerca, revoloteando y revolviendo todo a su paso.
No hay mejor armonía para mis oídos que las risas, entrelazadas, de las niñas de mis ojos, de mis sueños y de mi vida entera.
Hay quien dice que no has querido de verdad si nunca has tenido un amor de esos imposibles, platónicos, que te dejan el corazón rotito y a años luz de recomponerlo. Yo prefiero los otros, los pletóricos, los que te hacen sentirte superior al resto de los mortales, los que te dan un subidón y te llenan con una fuerza tal que te parezca que vas a saltar por los aires con tanta dosis de cariño.
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Pues sí, qué razón tienes, se quiere bien distinto! Muchos besos y mucho ánimo!
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