Meme

Hoy cumple Merceditas seis añitos. O seis añazos, mejor dicho. Y ella, claro, se va sintiendo mayor, y lo notamos en pequeños (muchos) detalles de su día a día.

No pierde en ternura. Sigue pareciendo un bebé. Gigante, eso sí, cuando la comparas con su primilla o con los hijos de otros amigos que sí que lo son. Va sacando a pasear su genio, sus “cojoncillos”, que los va teniendo. Atrévete a decirle que se va a la cama a dormir después de cenar un viernes por la noche, viendo ella que estamos sus padres y su hermana preparándonos para ver algo en la tele. Atrévete tú.

Pero nos encanta, porque trata, por todos los medios, de explicarte que ella ya es grande, y que quiere estar allí, en el “oá” (sofá) en el “aó” (salón), hasta que la venza el sueño, como hacen los mayores. Y mueve su manita rechoncha y su cabeza a mismo tiempo lloriqueando (puro teatro), y se pone infinitamente contenta cuando se da cuenta que ha conseguido convencernos. Y ese éxtasis es para verlo, de verdad.

Hace un esfuerzo brutal por hacerse entender, y lo consigue, con los que ya estamos acostumbrados a bregar con ella. Le vuelve loca pasear, por donde sea, y no soporta que nos paremos a charlar más de la cuenta. Quiere hacer kilómetros y se maneja a perfección por los sitios que retiene en su memoria. Sabe, al poco de salir de casa con el coche, si tomamos una dirección u otra en la rotonda que, para la izquierda, toca lo bueno: el centro, la casa de sus abuelos, las tiendas, los sitios para comer… Y, para la derecha, lo no tan bueno: la logopeda, el fisio, el hospital.

Impresionante. Decimos que parece haberse tragado un GPS, porque le gusta saberse con el mando de a dónde vamos. Y no sólo en el coche, también por la calle y, por supuesto, en el supermercado. ¡Ayyy, los supermercados! “Anana” (Mercadona), como llama a todos aunque ya parece que va distinguiendo entre “eú” (Carrefour) y “eé” (Corte Inglés). Es una adicta a las superficies comerciales. Sin exagerar. Creemos que le viene la manía por aquel verano de calor extremo que sólo íbamos a centros comerciales, recién operada ella de las caderas y, claro, aquello le tira mucho. Se ve que se siente más que a gusto allí. Y, una vez dentro, ella marca, sí o sí, el itinerario, y nos recuerda su lista de la compra, invariable: “ee” (leche), “ava” (agua) y “oú” (yogur). No falla. Y te monta un pollo de los de “trágame tierra” si te atreves a no hacerle caso.

Llega hasta donde quiere. Arrastrando su acolchadas posaderas o desplazándose en una sillita que ya se le va quedando pequeña. Y la oyes trastear al fondo de la casa. Y sabes que está liada sacando cosas de los armarios bajos de la cocina. Y se tapa los ojillos de aquella manera para que te escondas y salga a buscarte. Te partes. Todos los días. No deja de aprender, a su ritmo, y de inventar. Y jamás pierde la sonrisa.

Miento, la sigue perdiendo, qué se le va a hacer, en ese territorio negro en que se han convertido los hospitales. Sigue sin aguantar una bata blanca. Desconfía de cualquiera uniformado que asome por la puerta. Ahora bien, en cuanto la dejan en paz, no duda en lazarle besitos con la mano y, en cosa de segundos, vuelta a sonreír.

En el cole, genial. Se nota el trabajo diario de las profesoras con ella, y nos arranca lagrimones en cada supervisión o tutoría a las que vamos. Es supersociable y sólo quiere estar con los demás niños. Incansable. Enlaza una terapia con otra y siempre muestra un gramo más de avance. Poquito a poco.

Que no os engañe, que, debajo de esa carita de gata que siempre se arrima a quien sea para que la acaricien, hay un cachorro de tigre, y que tiene un carácter de temer.

En fin. Se hace mayor, y Merceditas, cada vez que le preguntas algo sobre ella, no duda en darse golpecitos con el dedo en su pecho y dice “Meme”, como reivindicando que ya no es un bebé, por mucho que nos lo parezca.

Es curioso, hace unos años, toda nuestra angustia era poder asociar su problema genético a un nombre, a un síndrome que nos arrojara algo de luz sobre lo que le esperaba en el futuro. Su neuropediatra nos decía: “¿para qué queréis un nombre, si ella ya tiene uno?”. Pues sí, no hace falta buscar más. Por llamarlo de algún modo, todo lo bueno o malo que le pasa, todo eso, podemos decir que es el Síndrome de Meme. Pues sí, me vale. Y a nosotros nos encanta.

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